Y hacerte pequeñita, minúscula, diminuta. Cada palabra te hace un centímetro más pequeña. Una a una, poco a poco, te hacen disminuir hasta apenas levantar un palmo del suelo. Y ahí, a escasos cinco centímetros del asfalto, te quedas durante un tiempo, aletargada, como un gusano de seda en el capullo que ha ido tejiendo a su alrededor.
En ese periodo, construyes una coraza que empieza a protegerte, como si de capas de cebolla se tratasen. Al final, la coraza es tan resistente que empiezas a crecer de nuevo.
Pero esa etapa de trabajo te hace ascender lentamente. Ya no son centímetros, ahora son milímetros. Ya no es disminución, ahora es crecimiento. Ya no es empequeñecer a cada palabra, ahora es engrandecer con cada gesto. Y esa coraza tan trabajada durante tanto tiempo, da su fruto.
Ahora ya no importan tanto las cosas que te hacían daño porque ese escudo te protege, y llega un momento en que un instante, en un pequeño instante de crecimiento y con un pequeño gesto, te quita la coraza como si fuera una tirita.
Es un instante precioso, diferente, quizá raro, pero de lo que debes estar total y completamente segura es de que es un instante irrepetible con unas consecuencias irreparables.
Un instante mágico.
Pero esa etapa de trabajo te hace ascender lentamente. Ya no son centímetros, ahora son milímetros. Ya no es disminución, ahora es crecimiento. Ya no es empequeñecer a cada palabra, ahora es engrandecer con cada gesto. Y esa coraza tan trabajada durante tanto tiempo, da su fruto.
Ahora ya no importan tanto las cosas que te hacían daño porque ese escudo te protege, y llega un momento en que un instante, en un pequeño instante de crecimiento y con un pequeño gesto, te quita la coraza como si fuera una tirita.
Es un instante precioso, diferente, quizá raro, pero de lo que debes estar total y completamente segura es de que es un instante irrepetible con unas consecuencias irreparables.
Un instante mágico.