viernes, 2 de agosto de 2013

Se aprende. Aprendes.

Es como un germen, una especie de parásito sin descubrir, un hongo maligno, un virus recién sacado del laboratorio, una enfermedad incurable, mil caballos salvajes galopando sin parar, millones de mosquitos revoloteando sin tener una víctima a la que atacar, un taladro haciendo un boquete en la pared a las cuatro de la mañana.

Cuando algo se te mete en la cabeza ya pueden venir millones y millones de personas a decirte que estás equivocado, que te da lo mismo. Hasta que no te das cuenta por ti mismo de que no estás en lo cierto, defiendes eso que crees con capa y espada, luchando por hacer ver a los demás que van por el camino incorrecto, que lo están haciendo mal, cuando en realidad eres tú el que no lo hace bien. Cuando eres tú el que intenta que los demás vean tu propio punto de vista y no lo consigues, cuando eres tú el que fracasa en el empeño para convencer al resto, es entonces cuando te planteas si eres tú el que está haciendo las cosas mal.

Primer golpe contra la pared. Algo no va bien y hay que encontrar un culpable. “Tiene que ser ese, fijo. Se dedica a hacerme la vida imposible, tiene que ser él el culpable de todo esto”. Buscas a ese culpable fuera, en una de esas personas que no te caen demasiado bien o en esa que ni siquiera conoces pero sospechas (inventas) que pone a todos en tu contra aún cuando no has cruzado una palabra con él.

Segundo golpe contra la pared. Ese que pensabas que te ponía verde a tus espaldas es una de las mejores personas que nunca llegarás a conocer por tu cabezonería (y mala imaginación). Sin saber cómo, empezáis a hablar y te hace ver su punto de vista ¡y le entiendes! Te ayuda en unos pocos días más que esos a los que llamabas “amigos”. Llamabas.

Tercer golpe contra la pared. Al cabo de unos pocos meses te das cuenta de lo equivocado que estabas, lo mal que te has portado con las personas que te rodean y, por fin, comprendes a quién nunca le importaste y a quién sí, a quién le importas y a quién no y a quién le importarás. Te das cuenta de que el que erraba eras tú. Es entonces cuando tienes que decidir qué hacer con tu vida a partir de este punto y con quién vas a contar. Un nuevo párrafo en tu vida.

Un error inicial te puede llevar a comprender muchas cosas de las que nunca podrías haber llegado a pensar que estabas equivocado, te ayuda a elegir a las personas, tus personas, que cuentas con los dedos de una mano y que te alientan a seguir, a seguir para remendar tu error.


Al fin y al cabo, de los errores se aprende. De los errores aprendes.