jueves, 28 de noviembre de 2013

Todo va por ti.

Sin esperarlo, de repente, llega. Llega su recuerdo junto con mil momentos vividos juntos. Risas, broncas, consejos, llantos… Todo como una cascada, sin conseguir que deje de caer el agua desde esa altura que tanto vértigo da. Miedo a las alturas que se compensa con esa sensación de sentirle más cerca que nunca, pero que crece a medida que revives cada instante que pasasteis juntos y se transforma en dolor al recordarlo.

Sin darte cuenta, el acordarse de esos momentos es lo que te hace tenerle siempre contigo; el saber que está contigo aunque no sea en presencia física, pero sí en tu cabeza; el luchar por cada reto porque te hace, desde ahí arriba, continuar en tu camino, por muy difícil que sea. Cada logro conseguido, cada obstáculo superado, cada pequeño paso de avance, es gracias a esa persona que te protege desde donde quiera que esté.

Hay cosas de las que nos arrepentimos, pequeños detalles del pasado que cambiaríamos sea cual fuere el precio por cambiarlos. Pero hay veces que dar marcha atrás no es posible y lo único que podemos hacer es seguir adelante, viviendo el presente pero teniendo los buenos momentos del pasado para ayudarnos a enfrentar al futuro.

Y así, con cosas simples, es como sé que sigues aquí. Hay miles de cosas que me encantaría que vieras ahora, todo lo que he conseguido después de tanto tiempo, después de tantos partidos, de tantos goles, de tantas jugadas en las que me viste; después de los torneos ganados; de los piques por nuestros equipos tan diferentes, pero que al final siempre acabábamos riendo; de las veces que te acordabas de mí al ver León; de tantas y tantas cosas.

Que todo, todo, va por ti.

"No habrá nada en el mundo
que me haga olvidar que no estás cerca,
que me enseñe a vivir sin repetirme
cuánto te echo de menos..."

viernes, 1 de noviembre de 2013

Feliz.

¿Eres feliz?


La pregunta del millón, la madre de todas las preguntas, la pregunta suprema… y muchas más descripciones se podrían decir de esta sencilla pregunta, pero muy compleja de responder. Demasiados factores a tener en cuenta, quizá eso lo que nos haga dudar más.

Se puede ser feliz en muchos aspectos de la vida y, a la vez, estar triste en otros. Feliz con unas cosas y huérfana de otras, una de cal y otra de arena.

Hacía mucho tiempo que no me hacía esta pregunta. Normalmente solía decir que sí, que era feliz, pero simplemente respondía que sí porque lo era en determinadas cosas que tenía en mi vida, no en todas.

El estar lejos de mi familia, de las cuatro personas más importantes de mi vida, me ha hecho ser más fuerte, aprender a valerme por mí misma y a aceptar las consecuencias que tienen cada una de mis decisiones. La distancia me ha hecho ver que cada una de las discusiones que teníamos eran simples correcciones a cosas que hacía mal; que cada una de las veces que llegaba uno de ellos a casa con una sonrisa después de estar toda la mañana fuera, esa sonrisa se contagiaba. Durante un tiempo, me hicieron coger la rutina de ir cada puente a Toledo, a verles felices porque había pasado demasiado tiempo desde la última vez que habíamos estado todos juntos. Ellos me han hecho aprender a valorar cada minuto, cada segundo que pasamos juntos, que no sabes lo que te puede pasar en el siguiente; a valorar cada minuto que vivo, que no sé cuándo acabará mi vida. Me han hecho ver que a través de un teléfono se puede saber el estado de ánimo que tienen, que tengo, y que están más cerca de lo que pienso. Ellos son los que me han hecho ser como soy, los que me han enseñado a ser fuerte a pesar de todas las cosas malas que me puedan ocurrir, a seguir para adelante aunque las cosas se tuerzan, a sonreírle a la vida aunque ella no me sonría, a tratar a todo el mundo por igual, sin distinciones, a ser paciente con cosas que requieren calma. Me han enseñado tantas cosas que se me olvidan de ponerlas aquí, pero que las sigo al pie de la letra. Gracias a ellos he aprendido a valorar todo lo que tengo y a saber que con poco, se tiene mucho, que muchas cosas son innecesarias y que trabajar es el único medio para acabar triunfando. Que si no lucho, luego no les vaya llorando, que los caminos de rosas no existen. Me han enseñado a echar de menos demasiadas veces. Tantas cosas de las que no me he dado cuenta…

El cambio a la universidad fue duro, quizá más por las circunstancias que en ese momento estaban ocurriendo en otro lugar que por el simple hecho de irme de mi casa de toda la vida a otro lugar en el que no conocía a nadie. Pero aquí estoy. Me he encontrado con personas que simplemente existen, con personas que pareces que conoces y que luego te dan la espalda, con personas que conoces, con personas que conoces y que te apoyan, con personas en las que confiar y confío y con personas en las que confiaba. De todo, nada fuera de lo normal. Cuando empiezas una nueva etapa de tu vida a la vez que otras personas todo es más fácil, más sencillo, y si además comparten tu carrera, más aún. Desde el “buenos días” hasta el “¿no tendrás el cuaderno de prácticas de atletismo?”, todo fue importante. Levantarte por la mañana y cruzarte con tantas personas en el pasillo del mejor buen humor que es posible por la mañana te hace empezar el día de otra manera. Llegar a clase y hablar de que si salimos a tomar algo por ahí o de que tal tema es complicado te hace entrar en una rutina especialmente agradable, no digamos si es el primer año. Por todo eso, este segundo curso, este segundo año, está siendo así de agradable, con un buenrollismo que muchos quisieran y de seguir hablando, quedando, con los que el año pasado fueron mis compañeros de residencia, dispuestos a hacer casi cualquier cosa por mí. Y eso se agradece. Sobra decir de la gente de mi clase, de mis pequeñas piezas que componen mi mundo inefto, siempre dispuestos a echarme una mano con lo que sea. Todo lo que ocurrió el año pasado con toda la gente que conocí fue importante para aprender a tratar a gente nueva, a confiar en unos y otros y tantas y tantas cosas más.

Quizá algo que eché de menos el año pasado fue el fútbol sala, que no había dejado de practicar de forma continua desde que empecé con tres o cuatro añines. La sensación de equipo la había perdido casi por completo y este año la he recuperado, jugando a un nivel mayor de lo que lo había hecho antes, con más exigencia en todos los aspectos, pero con una satisfacción que antes no había experimentado. El tener unos días para ir a entrenar y otro para jugar, ya sea aquí en León o en la Conchinchina, me ha hecho tener una rutina (otra más) de la que si me salgo me pierdo. Cada uno de los miembros del equipo me hace estar bien, me hace sentir en familia y me hace exigirme cada día un poco más que el anterior. Compañerismo, solidaridad, familia. Eso es lo que me aporta el pertenecer a este equipo.

No me olvido, por supuesto, de todos aquellos componentes de mi peña, de las personas de mi Barruecopardo querido, que cada vez que vuelvo parece que era ayer cuando los vi por última vez y habían pasado semanas, o incluso algún mes. Sé con quién puedo contar y ellos saben que conmigo, sé en quién puedo confiar y ellos saben que en mí. Ellos también me han hecho aprender muchas cosas, desde jugar al futbolín al valor de una pulsera, desde bailar la bandera a acostumbrarme a ir a la piscina día sí y día también. Me han enseñado lo que es una amistad duradera.

Con todo esto, con cada uno de estos párrafos, con cada una de estas frases, con cada una de estas palabras, sé que ahora sí que puedo responder a la pregunta. Se me olvidarán muchas cosas, casi seguro, pero creo que las más importantes están ya plasmadas.



Hoy puedo decir que sí, que SOY FELIZ.