¿Eres
feliz?
La pregunta del millón, la madre
de todas las preguntas, la pregunta suprema… y muchas más descripciones se podrían
decir de esta sencilla pregunta, pero muy compleja de responder. Demasiados factores
a tener en cuenta, quizá eso lo que nos haga dudar más.
Se puede ser feliz en muchos
aspectos de la vida y, a la vez, estar triste en otros. Feliz con unas cosas y huérfana
de otras, una de cal y otra de arena.
Hacía mucho tiempo que no me
hacía esta pregunta. Normalmente solía decir que sí, que era feliz, pero simplemente
respondía que sí porque lo era en determinadas cosas que tenía en mi vida, no
en todas.
El estar lejos de mi familia, de
las cuatro personas más importantes de mi vida, me ha hecho ser más fuerte,
aprender a valerme por mí misma y a aceptar las consecuencias que tienen cada
una de mis decisiones. La distancia me ha hecho ver que cada una de las
discusiones que teníamos eran simples correcciones a cosas que hacía mal; que
cada una de las veces que llegaba uno de ellos a casa con una sonrisa después de
estar toda la mañana fuera, esa sonrisa se contagiaba. Durante un tiempo, me
hicieron coger la rutina de ir cada puente a Toledo, a verles felices porque
había pasado demasiado tiempo desde la última vez que habíamos estado todos
juntos. Ellos me han hecho aprender a valorar cada minuto, cada segundo que
pasamos juntos, que no sabes lo que te puede pasar en el siguiente; a valorar cada
minuto que vivo, que no sé cuándo acabará mi vida. Me han hecho ver que a través
de un teléfono se puede saber el estado de ánimo que tienen, que tengo, y que están
más cerca de lo que pienso. Ellos son los que me han hecho ser como soy, los
que me han enseñado a ser fuerte a pesar de todas las cosas malas que me puedan
ocurrir, a seguir para adelante aunque las cosas se tuerzan, a sonreírle a la
vida aunque ella no me sonría, a tratar a todo el mundo por igual, sin
distinciones, a ser paciente con cosas que requieren calma. Me han enseñado
tantas cosas que se me olvidan de ponerlas aquí, pero que las sigo al pie de la
letra. Gracias a ellos he aprendido a valorar todo lo que tengo y a saber que
con poco, se tiene mucho, que muchas cosas son innecesarias y que trabajar es
el único medio para acabar triunfando. Que si no lucho, luego no les vaya
llorando, que los caminos de rosas no existen. Me han enseñado a echar de menos
demasiadas veces. Tantas cosas de las que no me he dado cuenta…
El cambio a la universidad fue
duro, quizá más por las circunstancias que en ese momento estaban ocurriendo en
otro lugar que por el simple hecho de irme de mi casa de toda la vida a otro
lugar en el que no conocía a nadie. Pero aquí estoy. Me he encontrado con
personas que simplemente existen, con personas que pareces que conoces y que
luego te dan la espalda, con personas que conoces, con personas que conoces y
que te apoyan, con personas en las que confiar y confío y con personas en las
que confiaba. De todo, nada fuera de lo normal. Cuando empiezas una nueva etapa
de tu vida a la vez que otras personas todo es más fácil, más sencillo, y si además
comparten tu carrera, más aún. Desde el “buenos días” hasta el “¿no tendrás el
cuaderno de prácticas de atletismo?”, todo fue importante. Levantarte por la
mañana y cruzarte con tantas personas en el pasillo del mejor buen humor que es
posible por la mañana te hace empezar el día de otra manera. Llegar a clase y
hablar de que si salimos a tomar algo por ahí o de que tal tema es complicado
te hace entrar en una rutina especialmente agradable, no digamos si es el
primer año. Por todo eso, este segundo curso, este segundo año, está siendo así
de agradable, con un buenrollismo que
muchos quisieran y de seguir hablando, quedando, con los que el año pasado fueron
mis compañeros de residencia, dispuestos a hacer casi cualquier cosa por mí. Y
eso se agradece. Sobra decir de la gente de mi clase, de mis pequeñas piezas
que componen mi mundo inefto, siempre
dispuestos a echarme una mano con lo que sea. Todo lo que ocurrió el año pasado
con toda la gente que conocí fue importante para aprender a tratar a gente
nueva, a confiar en unos y otros y tantas y tantas cosas más.
Quizá algo que eché de menos el
año pasado fue el fútbol sala, que no había dejado de practicar de forma
continua desde que empecé con tres o cuatro añines. La sensación de equipo la
había perdido casi por completo y este año la he recuperado, jugando a un nivel
mayor de lo que lo había hecho antes, con más exigencia en todos los aspectos,
pero con una satisfacción que antes no había experimentado. El tener unos días para
ir a entrenar y otro para jugar, ya sea aquí en León o en la Conchinchina, me
ha hecho tener una rutina (otra más) de la que si me salgo me pierdo. Cada uno
de los miembros del equipo me hace estar bien, me hace sentir en familia y me
hace exigirme cada día un poco más que el anterior. Compañerismo, solidaridad,
familia. Eso es lo que me aporta el pertenecer a este equipo.
No me olvido, por supuesto, de
todos aquellos componentes de mi peña, de las personas de mi Barruecopardo
querido, que cada vez que vuelvo parece que era ayer cuando los vi por última
vez y habían pasado semanas, o incluso algún mes. Sé con quién puedo contar y
ellos saben que conmigo, sé en quién puedo confiar y ellos saben que en mí. Ellos
también me han hecho aprender muchas cosas, desde jugar al futbolín al valor de
una pulsera, desde bailar la bandera a acostumbrarme a ir a la piscina día sí y
día también. Me han enseñado lo que es una amistad duradera.
Con todo esto, con cada uno de
estos párrafos, con cada una de estas frases, con cada una de estas palabras,
sé que ahora sí que puedo responder a la pregunta. Se me olvidarán muchas
cosas, casi seguro, pero creo que las más importantes están ya plasmadas.
Hoy puedo decir que sí, que SOY
FELIZ.
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