Es algo tan irracional que ni el más cuerdo podría entenderlo.
Como si hubiéramos ganado por habernos conocido, en este mundo lleno de personas que buscan su propio bien ñpor encima -y pisando- al resto, sin importar nada más que ellos mismos y sin percatarse que la vida va mucho más allá.
Que nada tiene sentido si no tienes a alguien a quien contarle alegrías y tristezas, logros y derrotas.
Y tiene sentido, sí. Tiene sentido perder por caer en la rutina del querer, mal querer. No es llegar y besar el santo, es llegar y currarse el camino para aterrizar en la meta y alcanzar la paz,, que no es más que dormir dos en una cama de 90 por el simple hecho de guardar calor. O sentir piel con piel.
Saber, a ciencia cierta y sin un ápice de duda, que nada puede ser más perfecto que uno más uno son dos. O tres. O cuatro.
Quién sabe, quizá lo único que sepamos sea llorar cuando fuera -y esperándonos- hace un día de sol. Mientras, en nuestros corazones, el llanto se convierte en risa por el recuerdo de darnos la mano mientras caminamos por la calle. Es esa sonrisa, esa pequeña y sincera sonrisa la que nos hace grandes.
Y así, mientras pienso en lo que es y no en lo que fue, cojo aire y sigo hacia delante, con mi sonrisa y con las fuerzas renovadas.
Einaudi no deja de sonar...