jueves, 21 de abril de 2016

Metas.

Hay muchas maneras de hacer las cosas: bien, mal, a medias, casi bien, desastre total... Infinidad. Pero al final todo es blanco o negro, no se admiten matices ni excusas. O haces las cosas bien, perfectas en su justa medida, o haces las cosas mal, dejando a la mitad partes importantes.

Y sinceramente, esto es (hablando mal) una auténtica mierda. ¿Quién valora el esfuerzo realizado para intentar conseguir esa meta? ¿Meta que por cierto no se consigue? ¿Quién se da cuenta de las horas y, en definitiva, el tiempo empleado para intentar llegar a esa meta?

Desgraciadamente, en la vida todo es blanco o negro. Por mucho que nos cueste, joda, rabie, por mucho que nos duela siempre se ve el resultado. Solo se tiene en cuenta ese logro, nunca el proceso para llegar a conseguirlo (o en su defecto el "intento de logro", con lo que no hay un resultado visible).

Ahora bien, ¿qué tiene que venirme a decir el vecino de enfrente de que no consigo mis metas? ¿Qué tiene que venirme a decir tal o cual familiar que soy un fracaso por no conseguir completamente mis objetivos? Que sí, que todo el mundo se fija en el resultado, pero no hay nadie mejor que uno mismo para juzgarse.

Nadie mejor que tú sabe el esfuerzo que has empleado en cada paso dado. Nadie mejor que tú conoce la dedicación con la que cada día hacías tareas para llegar a tu meta. Nadie mejor que tú te ha visto mejorar cada día y cada semana.

Nadie mejor que tú sabe que la única persona que de verdad puede juzgarte, eres tú misma.

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