He tenido la enorme suerte de
poder disfrutar de una compañía extraordinaria durante dos meses. Cada día que
vivimos es un regalo al que no le prestamos la menor atención y parece mentira
que haya tenido que ir hasta Badalona para darme realmente cuenta de esto. Ahora,
dos meses después, sigo teniendo un torrente de emociones encontradas que no sé
ni cómo ordenar en mi cabeza. He aprendido tanto, he escuchado tanto, he reído
tanto. He cumplido parte de un sueño y ahora que -de momento- acaba, me siento
llena y vacía a la vez.
La vida es un aprendizaje
constante y todas y cada una de las personas que me han rodeado durante estos
meses me lo han demostrado en cada segundo.
La vida te puede cambiar de un
momento a otro sin que tengas opción de réplica. En un segundo, porque sí, sin
aviso, ¡pum!, todo cambia. Pasas de ser un ser humano bípedo, sin necesidad de pedir
ayuda y ser totalmente autónomo, a ser un ser humano que necesita tener a
alguien al lado para que te ayude a realizar las cosas más básicas que se te
puedan ocurrir, desde peinarte a desplazarte.
Imagínatelo. Cruzas la calle y
aparece un coche de la nada. Pum, cambia tu vida. Sufres una caída totalmente
fortuita. Pum, cambia tu vida. ¿Y ahora qué? Hospital, hospital y hospital. No hay
más. Y no sólo sufres tú, todo tu alrededor -familia, amigos- también se
pregunta “¿por qué a mí (ti)?”.
La vida, siendo sinceros, es una auténtica
mierda. Dime tú con qué derecho se lleva a la gente que quieres. Dime tú con
qué derecho te deja sola ante las adversidades. Dime tú con qué derecho decide
cambiar en un segundo. Dime qué derecho tiene la vida a hacer todo lo malo,
porque de verdad que no logro comprenderlo.
En realidad, sí que lo sé. Lo sé
porque la vida es un aprendizaje constante, es una de cal y otra de arena, es
todo lo bueno -lo mejor- y todo lo malo -lo peor- que te puede pasar. El matiz,
lo que de verdad diferencia a las personas, es la actitud ante todo esto, ante
todo lo bueno y ante todo lo malo.
He vivido durante dos meses
rodeada de personas a las que la vida les ha dado uno de los mayores golpes que
pueden darse y me han enseñado tantísimas cosas de las que ni siquiera son
conscientes que darles las gracias siempre se quedará corto. Son seres humanos
con sus días buenos y sus días malos, pero no ha habido ni un solo día que haya
terminado mi jornada en el Institut Guttmann sin una sonrisa y con la mente
llena aprendizajes nuevos.
Nunca, jamás, seremos conscientes
de lo que tenemos hasta que lo perdemos. Y es así, simple y llanamente es así. Por
mucha empatía que tengamos, hasta que no vivimos un problema en nuestras
propias carnes no le daremos el valor que merece a todo lo bueno que nos pasa. No
es un problema de actitud, es un problema de sufrimiento y vivencias
personales, que son intransferibles.
Dime tú cómo le dices a una niña que
sus piernas no van a funcionar. O a un señor que entra en un hospital caminando
y sale sin poder utilizar sus piernas. O a una chica que aquella caída le va a
obligar a llevar una silla de ruedas el resto de su vida. O a un chico que el
atropello que sufrió le va a dejar postrado en una cama para siempre. Dime.
¿Qué haces?
Ahí reside la esencia de la vida.
En cómo afrontar todos estos duros palos, en cómo afrontar este cambio tan
drástico e impredecible. La respuesta es muy sencilla y muy complicada a la
vez: actitud. Sí, es cierto, tus piernas no funcionan o no funcionan como
deberían, tu tronco no se mueve como antes, tus brazos no están bien. Pero, ¿y
todo lo que sí puedes hacer? ¿Y todo lo que puedes trabajar para mejorar?
El Institut Guttmann brinda una
oportunidad de oro a todas estas personas. Hace muy pocos días le comentaba a
una paciente lo siguiente (o algo parecido a esto):
“Las oportunidades, como los
trenes, van y vienen. Pero una vez que pasan, si no las coges jamás regresan. Aprovecha
todo lo que te ofrecen aquí, haz todo lo que te propongan y más”.
El poder de la decisión, de la elección,
que muchas veces nos es prohibido, qué mejor que explotarlo cuando tenemos la
oportunidad. Seamos egoístas también. Las oportunidades se pueden crear, pero
cuando te llegan hay que agarrarlas y no soltarlas, pese a quien le pese. “Que la
gente hable, que piense lo que quiera, pero esta oportunidad es mía y la voy a
exprimir al máximo”. Y punto. No hay por qué dar explicaciones ni motivos, es
tuya y de nadie más.
Estoy segura de que la mayoría de
la población se echa las manos a la cabeza cuando ve a una persona en silla. “Pobrecita/o,
su vida seguro que es muy triste, sin poder caminar ni nada…”. Ni idea tenéis,
ni la más remota idea. Son unas personas con una energía contagiable, con una
actitud envidiable ante las adversidades y con un poder mental digno de
admirar. Los problemas que tiene cualquiera en su día a día se vuelven
insignificantes, porque al fin y al cabo es lo que son, total y absolutamente intrascendentes.
¿Por qué centrarnos en lo que no tenemos? Es un suicidio en toda regla. Tenemos
que pensar en lo que tenemos y en lo que queremos cuidar para seguir
teniéndolo.
Este es el valor que tienen y
esto es lo que me han enseñado día a día durante este tiempo. Vale, venía
aprendida de casa, pero vivirlo en unos estadíos tan próximos a la lesión que
sufrieron le da un valor extra.
Porque lo que verdaderamente te
hace feliz, quien verdaderamente te hace feliz, merece estar a tu lado. “Aporta
o aparta” en el sentido más amplio que te puedas imaginar. Puedes tener a miles
de personas a tu alrededor y que no te llene (aporte) ninguna. ¿Para qué gastar
energía en ellas pudiendo concentrar toda tu fuerza en aquellas personas que de
verdad están ahí? Aunque sea sólo una, esa persona lo merece todo.
Escribiría los nombres de todos
los pacientes y profesionales con los que he tenido el placer de coincidir en
mi estancia, pero estoy segura de que me dejaría a alguien. Solamente voy a
tener la osadía de nombrar a una persona. A ti, Andrea, a ti, mil gracias. Serás
una canija, pero tienes un corazón que no te cabe en el pecho y una fuerza y un
tesón que es apasionante. Me has enseñado tantísimas cosas, me has demostrado
tanto, que de verdad no puedo decir nada malo de ti. Me has cambiado,
chiquilla, y has desordenado todos mis esquemas con tu actitud y tus ganas de
dar todo en cada cosa que haces. Has elegido el camino correcto, el de la
lucha, la constancia y el trabajo diario siempre con una sonrisa de oreja a
oreja. Todo lo que has conseguido ha sido gracias a ti, los demás solamente te
hemos dado las herramientas y tú has sido la que ha puesto la maquinaria en
marcha. Una parte de mi corazón se va contigo allá donde vayas, así que cuídala
bien.
Gracias a todos lo que habéis formado
parte de la mejor experiencia de mi vida. Os estaré eternamente agradecida por
todo lo que me habéis enseñado, explicado y aguantado (sobre todo lo último). Sólo
espero que la vida nos vuelva a juntar, donde sea y cuando sea, pero que nos
junte.
“Aporta o aparta”. Tan sencillo y
simple sumar. Porque si restas, ahí tienes la puerta.
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