No todo es tan fácil, ¿sabéis?
Fácil es despertarse cada mañana
o abrir el grifo y que salga agua. Lo fácil es derrumbarse y no volver a
resurgir, caer y no levantarse. Un apoyo te puede ayudar a emerger a la
superficie y dejar la oscuridad atrás. Pero ese recuerdo, esa oscuridad, se te
queda grabada en la piel. No dejas de
pensar en que quizás puedas volver a ella y que no tengas las fuerza
suficientes para volver a ver la luz.
Lo fácil es quedarse tumbado, sin
hacer nada por mejorar tu situación. Lo fácil es dejar que el tiempo pase sin
poner remedio a la enfermedad. Lo fácil es no luchar.
Nadie te recordará por haber sido
un perdedor en tu lucha, un dejado en tus quehaceres o un “nada me importa y no
voy a hacer porque me importe”. Es más, reírse de ti es lo que más harán.
Los que de verdad se recuerdan
son aquellos que caen una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez y
cincuenta mil veces. Los que se caen una y otra vez pero que se levantan, se
ponen en pie, caminan para dar la espalda a la oscuridad y salir a la
superficie. Los que resurgen de sus cenizas aún cuando no tienen nada que ganar
y mucho que perder.
Pero ser una de esas personas no
es nada fácil. Hay que experimentar el sabor de la derrota para disfrutar el de
la victoria. Hay que estar muy hundido para saber que le damos importancia a
cosas banales, a cosas que no tienen tanto valor. Cuántas discusiones por
chorradas, cuántos enfados por no saber ponerse de acuerdo, cuánto llanto sin
motivo.
Cuando estás en lo más oscuro de
toda esa inmensa oscuridad es cuando te das cuenta de que ninguna discusión tiene
fundamento, que ponerse de acuerdo no cuesta tanto, que tanto llanto tiene
consuelo.
Y es entonces, cuando el resto
del mundo te da igual. En ese momento lo único que quieres es tener a los tuyos
cerca, que te apoyen, que te mimen, que te cuiden, que te hagan sentir vivo. Son
esos pequeños detalles los que te marcan. Pequeños, pero hacen que te sientas
como la persona más importante del mundo, el centro del universo. Y empiezas a
subir.
Aquí es donde empieza un largo y
lento proceso de continuo ascenso. Liberarse de cada escalón no es nada
sencillo y cada vez cuesta más, pero también estás más animado para seguir
subiendo y subiendo. Cuando menos te lo esperas, ahí estás.
Luz. Es cuando empiezas a
sentirte de nuevo como tú eres y dejando atrás todo lo que te hace mal para
quedarte únicamente con lo bueno, con lo que en realidad importa. Todo lo que
te ha ocurrido se ve de diferente manera, se ve como una lección.
No es nada fácil, pero cuando
llegas a la cumbre y ves el paisaje nevado, se te olvida todo lo tortuoso del camino
y te centras en disfrutar con lo que tienes, con lo que de verdad quieres.
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