Hoy hace 54 años, más o menos, porque la hora exacta no la sé, nació un niño en Barruecopardo. Le pusieron por nombre Salvador como su abuelo, que vivía con su familia en la casa del pequeño gran pueblo.
El bebé fue creciendo y creciendo, rodeado de un montón de personas, que le querían y le cuidaban lo mejor que podían, y de algunos animales que tenía en posesión su familia. A medida que se iba haciendo mayor, iba adquiriendo más destreza para cuidar de las vacas y ovejas que llevaba de un sitio para otro, a la vez que asistía a la escuela del pueblo. Incluso se levantaba muy temprano para cambiar el ganado de lugar antes de ir a la escuela.
Un día en la escuela, pasaron revisión médica a todos los niños y niñas que asistían a ella. Esta revisión tenía una prueba de visión, que constaba de dos partes: leer a una distancia determinada letras que se iban haciendo cada vez más pequeñas y leer un folio que el propio alumno sujetaba, en una lectura normal, como si de un dictado se tratase. Cuando le llegó el turno a él, el médico que supervisaba la revisión se dio cuenta de que nuestro niño necesitaba gafas, porque no veía muy bien de cerca. Desde ese momento, las lleva siempre consigo.
El niño creció hasta convertirse en un adolescente con su panda de amigos. Por esa época es cuando comenzaron a formarse las "peñas" en Barrueco y la pandilla a la que pertenecía Salvi no iba a ser de menos. ¡Cuántas veces me habrá dicho el motivo por el que se pusieron los nombres de cada uno en las camisetas! Es lo que tiene venir al pueblo solamente durante las fiestas mayores, que no te acuerdas del nombre de la gente.
Pero no siempre asistió a la escuela del pueblo. Se fue hasta Córdoba a estudiar durante un año, en el que sólo pudo ver a su familia durante las vacaciones de Navidad y Semana Santa. Aún recuerdo cómo mi abuela me contó una vez lo mal que lo pasaron ella y su hijo, Salvi, durante ese año. Aunque a primera vista parezca que fue una mala experiencia, en realidad ocurrió lo contrario: le abrió las puertas al mundo real, en el que él mismo se tuvo que buscar la vida sin ayuda de nadie. No fue solo a Córdoba, sin embargo, sino que le acompañaron un hermano mayor y otro chaval del pueblo. Aún así, Salvi era demasiado pequeño para estar prácticamente un año entero fuera del hogar.
Más tarde, acudió al instituto que se encontraba en un pueblo mayor que Barrueco, Vitigudino. Vivía allí durante la semana y volvía a su apreciado pueblo cuando no tenía clase.
Así se educó, estudiando día a día, dejándose la piel para que sus padres se sintieran orgullosos de él, sin llevarse una sola reprimenda por mal comportamiento en clase o una nota desagradable.
Terminado COU, decidió hacerse maestro y estudiar magisterio de matemáticas y ciencias naturales, siempre con una beca de la que se sentía, se siente y se sentirá orgulloso de haber mantenido a lo largo de toda su etapa en la universidad. Entre sus dos carreras (también hizo pedagogía) y diversos cursos, fue, como todos los jóvenes de su época, a la mili. Le tocó irse a Madrid, donde ya vivían algunos de sus hermanos, lo que le hizo más llevadera la estancia allí. Mientras estudiaba la segunda carrera, realizaba las prácticas de la primera que cursó.
Por esa época ya conocía a alguien especial, tanto para él como para mí. Por ese tiempo ya conocía a mi madre. Ella le ayudaba con los apuntes para que pudiese completar esa segunda carrera, que también ella cursó. Al acabarla, cada uno marchó a un lugar diferente, muy lejos el uno del otro, pero él iba a visitarla cuando podía.
Salva, porque en los colegios le llamaban y le llaman así, pasó unos años dando clases por la sierra de Francia (La Alberca, El Maíllo, Sotoserrano), Lumbrales, Vilvestre y Villarino de los Aires. Finalmente, le dieron como definitivo en Barruecopardo.
Mucho antes de que empezase a dar clase en su pueblo, allá por el año 92, se casó y, dos años más tarde, nació su primera hija. ¡No le dio uso a su réflex, qué va! La de álbumes y álbumes que habrá llenado con mis fotos y las de mis hermanos (a partir del 97 y del 2000 para ellos).
Aún tengo un vago recuerdo de andar entre losas levantadas en el patio de lo que ahora es nuestra casa, a la que nos mudamos cuando la enana Eva tenía dos añitos. ¡Cuánto esfuerzo, cuánto sacrificio puso mi padre para que llegase a estar como está hoy! Puedo verle colocando las baldosas en la parte de arriba de la cocina de fuera (como la llamamos nosotros), restaurando con esmero las herramientas de arar de su padre o, incluso, arreglando alguna tubería de nuestro baño, eso sin contar su última obra, inacabada.
No le quedaba nada para acabar...
Las fiesta de Barrueco de 2012 se habían acabado. Unas fiestas especiales, porque no todos los días tienes a una hija como dama y menos cuando estás tan preocupado de que todo salga bien, cuando estás henchido de orgullo al verla ahí subida, en ese escenario.Apenas un día después, sufrió un golpe de mala, malísima, suerte. La vida, más o menos, le había sonreído dentro de lo que es este desafío que todos vivimos. Un despiste, un pequeño segundo, y al suelo. Literalmente.
Apasionado ciclista. El dinero que se habrá gastado en comprarse unas buenas bicicletas de carretera. Tres van, a cada cual mejor, y no se comprará ninguna más, por desgracia.
Dichoso casco, valioso casco, providencial casco. Prudente hasta la médula, y nunca mejor dicho. ¡Qué bueno es, a veces, dejar las cosas a medias, incompletas! Lesión incompleta, bendita seas. Porque viendo en lo que podía haber quedado... Aunque no, no pasó y punto.
Se cayó y no se pudo levantar. En ese momento, no. Pero dile ahora que deje de andar que te manda a paseo. Sí sí, ¡que se pasa el día caminando! Parece que nunca se cansa.
Su fuerza de voluntad, sus ganas de recuperar todo lo que sea posible, su querer no defraudar a los demás. Sus ganas de que su familia esté orgulloso de él. Siempre ha sido así. Por eso, porque no sólo es que esté orgullosa de él, sino que nunca podría tener a alguien como él, quiero desearle un muy feliz cumpleaños.
Cada paso que des, es también un paso mío.
Cada vez que te acuerdes de mí, me habré acordado yo cien mil de ti.
Que cada vez que sonrías, me hagas sonreír a mí.
Que cada vez que luches, luches por mí al igual que yo lo hago por ti.
Porque eres el mejor padre del mundo y no va a haber caída, muletas o médula que eso lo impida. No sabes cuánto daría por estar a tu lado, donde sea que estés. Me da igual que sea Barrueco, Toledo, Salamanca o la Conchinchina.
El primer cumpleaños tuyo que me pierdo desde que nací. Que los kilómetros se hagan centímetros y que sean 400 centímetros los que me separen de ti en vez de 400 kilómetros.
TE QUIERO MUCHO PAPI. ¡FELIZ CUMPLEAÑOS!