jueves, 28 de noviembre de 2013

Todo va por ti.

Sin esperarlo, de repente, llega. Llega su recuerdo junto con mil momentos vividos juntos. Risas, broncas, consejos, llantos… Todo como una cascada, sin conseguir que deje de caer el agua desde esa altura que tanto vértigo da. Miedo a las alturas que se compensa con esa sensación de sentirle más cerca que nunca, pero que crece a medida que revives cada instante que pasasteis juntos y se transforma en dolor al recordarlo.

Sin darte cuenta, el acordarse de esos momentos es lo que te hace tenerle siempre contigo; el saber que está contigo aunque no sea en presencia física, pero sí en tu cabeza; el luchar por cada reto porque te hace, desde ahí arriba, continuar en tu camino, por muy difícil que sea. Cada logro conseguido, cada obstáculo superado, cada pequeño paso de avance, es gracias a esa persona que te protege desde donde quiera que esté.

Hay cosas de las que nos arrepentimos, pequeños detalles del pasado que cambiaríamos sea cual fuere el precio por cambiarlos. Pero hay veces que dar marcha atrás no es posible y lo único que podemos hacer es seguir adelante, viviendo el presente pero teniendo los buenos momentos del pasado para ayudarnos a enfrentar al futuro.

Y así, con cosas simples, es como sé que sigues aquí. Hay miles de cosas que me encantaría que vieras ahora, todo lo que he conseguido después de tanto tiempo, después de tantos partidos, de tantos goles, de tantas jugadas en las que me viste; después de los torneos ganados; de los piques por nuestros equipos tan diferentes, pero que al final siempre acabábamos riendo; de las veces que te acordabas de mí al ver León; de tantas y tantas cosas.

Que todo, todo, va por ti.

"No habrá nada en el mundo
que me haga olvidar que no estás cerca,
que me enseñe a vivir sin repetirme
cuánto te echo de menos..."

viernes, 1 de noviembre de 2013

Feliz.

¿Eres feliz?


La pregunta del millón, la madre de todas las preguntas, la pregunta suprema… y muchas más descripciones se podrían decir de esta sencilla pregunta, pero muy compleja de responder. Demasiados factores a tener en cuenta, quizá eso lo que nos haga dudar más.

Se puede ser feliz en muchos aspectos de la vida y, a la vez, estar triste en otros. Feliz con unas cosas y huérfana de otras, una de cal y otra de arena.

Hacía mucho tiempo que no me hacía esta pregunta. Normalmente solía decir que sí, que era feliz, pero simplemente respondía que sí porque lo era en determinadas cosas que tenía en mi vida, no en todas.

El estar lejos de mi familia, de las cuatro personas más importantes de mi vida, me ha hecho ser más fuerte, aprender a valerme por mí misma y a aceptar las consecuencias que tienen cada una de mis decisiones. La distancia me ha hecho ver que cada una de las discusiones que teníamos eran simples correcciones a cosas que hacía mal; que cada una de las veces que llegaba uno de ellos a casa con una sonrisa después de estar toda la mañana fuera, esa sonrisa se contagiaba. Durante un tiempo, me hicieron coger la rutina de ir cada puente a Toledo, a verles felices porque había pasado demasiado tiempo desde la última vez que habíamos estado todos juntos. Ellos me han hecho aprender a valorar cada minuto, cada segundo que pasamos juntos, que no sabes lo que te puede pasar en el siguiente; a valorar cada minuto que vivo, que no sé cuándo acabará mi vida. Me han hecho ver que a través de un teléfono se puede saber el estado de ánimo que tienen, que tengo, y que están más cerca de lo que pienso. Ellos son los que me han hecho ser como soy, los que me han enseñado a ser fuerte a pesar de todas las cosas malas que me puedan ocurrir, a seguir para adelante aunque las cosas se tuerzan, a sonreírle a la vida aunque ella no me sonría, a tratar a todo el mundo por igual, sin distinciones, a ser paciente con cosas que requieren calma. Me han enseñado tantas cosas que se me olvidan de ponerlas aquí, pero que las sigo al pie de la letra. Gracias a ellos he aprendido a valorar todo lo que tengo y a saber que con poco, se tiene mucho, que muchas cosas son innecesarias y que trabajar es el único medio para acabar triunfando. Que si no lucho, luego no les vaya llorando, que los caminos de rosas no existen. Me han enseñado a echar de menos demasiadas veces. Tantas cosas de las que no me he dado cuenta…

El cambio a la universidad fue duro, quizá más por las circunstancias que en ese momento estaban ocurriendo en otro lugar que por el simple hecho de irme de mi casa de toda la vida a otro lugar en el que no conocía a nadie. Pero aquí estoy. Me he encontrado con personas que simplemente existen, con personas que pareces que conoces y que luego te dan la espalda, con personas que conoces, con personas que conoces y que te apoyan, con personas en las que confiar y confío y con personas en las que confiaba. De todo, nada fuera de lo normal. Cuando empiezas una nueva etapa de tu vida a la vez que otras personas todo es más fácil, más sencillo, y si además comparten tu carrera, más aún. Desde el “buenos días” hasta el “¿no tendrás el cuaderno de prácticas de atletismo?”, todo fue importante. Levantarte por la mañana y cruzarte con tantas personas en el pasillo del mejor buen humor que es posible por la mañana te hace empezar el día de otra manera. Llegar a clase y hablar de que si salimos a tomar algo por ahí o de que tal tema es complicado te hace entrar en una rutina especialmente agradable, no digamos si es el primer año. Por todo eso, este segundo curso, este segundo año, está siendo así de agradable, con un buenrollismo que muchos quisieran y de seguir hablando, quedando, con los que el año pasado fueron mis compañeros de residencia, dispuestos a hacer casi cualquier cosa por mí. Y eso se agradece. Sobra decir de la gente de mi clase, de mis pequeñas piezas que componen mi mundo inefto, siempre dispuestos a echarme una mano con lo que sea. Todo lo que ocurrió el año pasado con toda la gente que conocí fue importante para aprender a tratar a gente nueva, a confiar en unos y otros y tantas y tantas cosas más.

Quizá algo que eché de menos el año pasado fue el fútbol sala, que no había dejado de practicar de forma continua desde que empecé con tres o cuatro añines. La sensación de equipo la había perdido casi por completo y este año la he recuperado, jugando a un nivel mayor de lo que lo había hecho antes, con más exigencia en todos los aspectos, pero con una satisfacción que antes no había experimentado. El tener unos días para ir a entrenar y otro para jugar, ya sea aquí en León o en la Conchinchina, me ha hecho tener una rutina (otra más) de la que si me salgo me pierdo. Cada uno de los miembros del equipo me hace estar bien, me hace sentir en familia y me hace exigirme cada día un poco más que el anterior. Compañerismo, solidaridad, familia. Eso es lo que me aporta el pertenecer a este equipo.

No me olvido, por supuesto, de todos aquellos componentes de mi peña, de las personas de mi Barruecopardo querido, que cada vez que vuelvo parece que era ayer cuando los vi por última vez y habían pasado semanas, o incluso algún mes. Sé con quién puedo contar y ellos saben que conmigo, sé en quién puedo confiar y ellos saben que en mí. Ellos también me han hecho aprender muchas cosas, desde jugar al futbolín al valor de una pulsera, desde bailar la bandera a acostumbrarme a ir a la piscina día sí y día también. Me han enseñado lo que es una amistad duradera.

Con todo esto, con cada uno de estos párrafos, con cada una de estas frases, con cada una de estas palabras, sé que ahora sí que puedo responder a la pregunta. Se me olvidarán muchas cosas, casi seguro, pero creo que las más importantes están ya plasmadas.



Hoy puedo decir que sí, que SOY FELIZ.

domingo, 27 de octubre de 2013

Trepalio FSF.

A veces me pregunto qué es lo que busca la gente cuando practica deporte, desde el cada vez más famoso “footing” hasta el partido de fútbol con los amigos de cada domingo. ¿Puede ser cuestión de modas o, quizá, es simplemente por las tapas de después con los amigos? Se podrían encontrar decenas de razones.

Pero, ¿y las personas que se comprometen con un equipo? ¿Buscan conocer gente, aprender a jugar mejor a ese determinado deporte? Esa sensación de compartir una pasión, como es el fútbol sala, esa sensación de compañerismo que acabas alcanzando, esa confianza en saber que el resto del equipo cuenta contigo, que todos necesitan de todos. Eso es lo que se busca, o al menos eso es lo que pienso.

Fútbol sala. Trobajo del Camino. Trepalio FSF. Nuevo proyecto, nuevas ilusiones. Se podría decir que llegué a este equipo casi de rebote y, en apenas un mes, parece que llevo toda la vida con ellos, con ellas. Cada entrenamiento me hace darme cuenta de que trabajamos en la buena dirección, que los progresos son notables, que cada gota de sudor sirve para mejorar como equipo. Sí, como equipo, todas juntas remando en el mismo sentido.

Un equipo de fútbol sala, y en general de cualquier deporte, lo forman personas. Cada una de ellas cuenta para que el todo funcione y, aunque parezca mentira, cuando una falla, el equipo no funciona. Todos los jugadores tienen que tirar del carro para moverlo, para que camine, para que ande. Parece sencillo, con un pequeño esfuerzo de cada una de nosotras podemos hacer que el equipo funcione. Parece. Ese pequeño esfuerzo es el que tenemos que demostrar en cada partido, en cada minuto, en cada acción de juego, y eso solamente lo conseguiremos con actitud, con rabia, con ganas de ganar, con ambición.

¿Qué es de un equipo de fútbol sala sin una pizca de anhelo por ganar, por hacerlo bien? ¿Qué es si no nos dejamos el alma en el campo hasta quedar exhaustas? Es hora de llevar los entrenamientos a los partidos; es hora de llevar la rabia de perder al campo y transformarla en actitud; es hora de centrarnos en lo que pasa en el campo, de olvidarnos de lo que pase fuera de él; es hora de sacar lo mejor que tenemos cada una y de plasmarlo en el partido.

Es hora de saber que tenemos a un equipo técnico que nos anima e instruye para que  pongamos lo aprendido sobre el campo; es hora de aprender de las demás; es hora de corregir los errores individuales para causar el menor daño al conjunto.

Es hora de demostrar que este proyecto merece la pena; es hora de agradecer a todas las personas que hicieron posible la creación de nuestro equipo mediante una victoria; es hora de demostrarle al resto del mundo que sabemos perder, pero también ganar.

Es hora de TREPALIO FSF. La base ya la tenemos, jugadoras excelentes, con ganas de aprender, con ganas de jugar. Ahora es cuando tenemos que ponerle actitud, de salir a morir por la camiseta que defendemos. Todo ese buen rollo que tenemos en el vestuario hay que buscarlo también en el campo, animándonos y apoyándonos unas a otras, sin que nadie pueda meterse en medio.



Passing, perfection, passion, possession, fair play and team


Trepalio FSF.

sábado, 12 de octubre de 2013

Siempre aquí, conmigo.

“No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes”. ¿Cuántas veces habremos escuchado esta frase? Cientos, quizá miles, de veces, pero siempre la oímos cuando aquello que queríamos, aquella persona, ya se ha marchado.

Entonces nos lamentamos de la cantidad de cosas que podríamos haber hecho con esa persona, la de risas que te podrías haber echado, los buenos momentos que quizás hubieses tenido, las fotos que te hubieras sacado para recordar aquel momento…

No damos la importancia que merecen a aquellos que nos rodean, hasta que un día se van, sin avisar, sin regresar nunca. A veces marchan porque quieren, porque no aguantan el estar a tu lado. Otras, sin embargo, se van sin querer y dejan un vacío tan, tan grande, que no merece la pena siquiera intentar buscar a alguien que le supla.

Cuando alguien se va de tu lado sin quererlo, el dolor que deja su marcha es indescriptible. Quizá con el paso del tiempo pueda llegar a curarse esa herida, quizá pueda cicatrizar, pero el tiempo que tarda en hacerlo es siempre demasiado largo. Unos refugian su dolor intentando no ver fotos ni vídeos ni escuchando alguna grabación de voz que pueda haber guardada. La sola “presencia” de esa persona es de un nivel tan doloroso que el simple hecho de “verla” te hace caer al suelo, te impide estar de pie.

Otros hacen de esas fotografías, de esos vídeos, de esas grabaciones, su bandera y se apoyan en ellas para continuar hacia delante, para saber seguir el camino sin esa persona. ¿Qué se les pasa por la cabeza para pensar eso? Cada uno tiene su propia respuesta, aunque pongo la mano en el fuego a que la mayoría de las respuestas coincidirían en una sola: “mientras alguien le recuerde siempre seguirá aquí con nosotros, y si ese alguien soy yo, siempre me acordaré de él/ella”.


No me preguntes cómo, pero sé que siempre estás aquí, conmigo. Cada día 12 te echo de menos y daría todo lo que fuera por volverte a dar un abrazo, con un solo abrazo más me basta.


“No necesito verte para saber que estás conmigo”.
“No necesito verte para saber que no te olvidaré”

viernes, 2 de agosto de 2013

Se aprende. Aprendes.

Es como un germen, una especie de parásito sin descubrir, un hongo maligno, un virus recién sacado del laboratorio, una enfermedad incurable, mil caballos salvajes galopando sin parar, millones de mosquitos revoloteando sin tener una víctima a la que atacar, un taladro haciendo un boquete en la pared a las cuatro de la mañana.

Cuando algo se te mete en la cabeza ya pueden venir millones y millones de personas a decirte que estás equivocado, que te da lo mismo. Hasta que no te das cuenta por ti mismo de que no estás en lo cierto, defiendes eso que crees con capa y espada, luchando por hacer ver a los demás que van por el camino incorrecto, que lo están haciendo mal, cuando en realidad eres tú el que no lo hace bien. Cuando eres tú el que intenta que los demás vean tu propio punto de vista y no lo consigues, cuando eres tú el que fracasa en el empeño para convencer al resto, es entonces cuando te planteas si eres tú el que está haciendo las cosas mal.

Primer golpe contra la pared. Algo no va bien y hay que encontrar un culpable. “Tiene que ser ese, fijo. Se dedica a hacerme la vida imposible, tiene que ser él el culpable de todo esto”. Buscas a ese culpable fuera, en una de esas personas que no te caen demasiado bien o en esa que ni siquiera conoces pero sospechas (inventas) que pone a todos en tu contra aún cuando no has cruzado una palabra con él.

Segundo golpe contra la pared. Ese que pensabas que te ponía verde a tus espaldas es una de las mejores personas que nunca llegarás a conocer por tu cabezonería (y mala imaginación). Sin saber cómo, empezáis a hablar y te hace ver su punto de vista ¡y le entiendes! Te ayuda en unos pocos días más que esos a los que llamabas “amigos”. Llamabas.

Tercer golpe contra la pared. Al cabo de unos pocos meses te das cuenta de lo equivocado que estabas, lo mal que te has portado con las personas que te rodean y, por fin, comprendes a quién nunca le importaste y a quién sí, a quién le importas y a quién no y a quién le importarás. Te das cuenta de que el que erraba eras tú. Es entonces cuando tienes que decidir qué hacer con tu vida a partir de este punto y con quién vas a contar. Un nuevo párrafo en tu vida.

Un error inicial te puede llevar a comprender muchas cosas de las que nunca podrías haber llegado a pensar que estabas equivocado, te ayuda a elegir a las personas, tus personas, que cuentas con los dedos de una mano y que te alientan a seguir, a seguir para remendar tu error.


Al fin y al cabo, de los errores se aprende. De los errores aprendes.

lunes, 29 de julio de 2013

En el término medio.

De igual manera que necesitamos estar rodeados de gente, también precisamos de la soledad. Esos preciados minutos, o incluso horas, que pasamos solos cada día nos hacen recapacitar sobre nosotros mismos, sobre qué hicimos, qué estamos haciendo o qué haremos.

No recuerdo el autor, pero lo que sí que me quedó grabado fueron las palabras “sociablemente insociable” o “insociablemente sociable”. “Socialmente insociable”. Esa frase nos define de una manera más precisa de lo que podemos llegar a darnos cuenta. “Insociablemente sociable”. Rodeado, pero con necesidad de soledad.

“Muy pocas personas, demasiada gente”. A veces, en los pequeños descansos, lo que necesitamos es a una esas personas que pueden ser contadas con los dedos de una sola mano. Una de esas personas que siempre ha estado ahí para escucharte, para decirte las cosas desde otro punto de vista y para hacerte ver que no todo es negro, que un bache no te puede hundir para siempre.

“Que no todo es blanco o negro, es del color que tú lo quieras pintar”. Los pequeños respiros nos hacen ver todo de otro color y nos hacen dejar los extremos, que nunca son buenos. No todo es oscuridad y tristeza, tampoco luz y felicidad. En la mezcla de los dos polos es donde se tiene que encontrar el bienestar, con cosas buenas para disfrutar, pero también malas de las que aprender y sufrir.

Si vivimos en un mundo en el que todo es muy bonito, todo de color de rosa, sin tristeza, miedo, angustia y mil cosas malas más, ¿qué será de nosotros cuando llegue un día en el que tengamos que llorar en vez de reír, de sufrir en vez de disfrutar? Hay que tocar los dos extremos para saber qué se siente en cada uno de ellos y saber actuar cuando nos pasen mejores o peores cosas, para responder lo mejor que podamos (y sepamos) a lo que ocurre en ese momento.

“En el término medio está la virtud”. De una u otra manera no se acaba buscando ni lo muy bueno ni lo muy malo, se acaba buscando (y, con suerte, encontrando) la mitad entre esos dos extremos.

Por todo esto, tenemos que tener nuestro espacio, saber sacar lo máximo de esos pequeños descansos y ser lo suficientemente inteligente, quizá valiente, para poner en práctica cada diminuta acción que pensemos o, incluso, corregir aquellas en las que estábamos equivocados.

Ni es bueno pasarse todo el día en casa sin hablar con nadie ni tampoco pasarse el día sin tener unos pocos minutos para ti mismo.

“Sociablemente insociable”, el término medio.

martes, 23 de julio de 2013

Puras metáforas.

Es tarde, las dos de la mañana. Vas a casa a descansar después de un día agotador, te pones el pijama y te acuestas en la cama. La misma historia de todas las noches de entre semana desde que empezó el verano, tus vacaciones. Ni te da tiempo a pensar en cómo ha sido tu día porque te duermes al minuto.

Dicen que sueñas muchas cosas en una noche y que al día siguiente solo te acuerdas de uno de esos sueños. A veces despiertas cuando iba a pasar algo emocionante o decisivo, otras cuando acaba. A veces despiertas cuando está empezando, otras cuando no le ves sentido.

Dicen que soñar es recordar lo que te ha pasado desde que llegaste al mundo, volviendo a revivir momentos agradables, y no tan agradables; pero también es vivir lo que no puedes hacer en tu día a día. Soñar es vivir tu pensamiento, en el que llevas a cabo muchas cosas que no puedes realizar en tu realidad, bien porque no puedes, bien porque no te atreves a hacerlas, o bien porque ves imposible que salgas ganando con esa acción.

“Los sueños, sueños son”. Eso es así hasta que te armas de valor y los haces realidad. Todo lo que se sueña se debería llevar a cabo, aunque se tiene que ser lo suficientemente inteligente para saber cuáles de esos sueños son factibles y cuáles no.

Nada de lo que has soñado en tu vida es realizable hasta que pasas ese sueño a la realidad. Si de verdad quieres que ese sueño se cumpla, ve a por él, lucha por él, da todo lo que tienes y lo que no tienes por cumplirlo. Si no te dejas la piel por hacerlo realidad es porque realmente no quieres experimentar lo que ese sueño te daría.

Traduzcamos esos despertares, relativamente. Estás viviendo una época muy buena en tu vida; estás viviendo una época en la que ves por lo que estás pasando se va a acabar; estás viviendo una época de comienzo, pero sin ningún futuro; estás viviendo una época sin que tenga cosas buenas ni malas, simplemente estás. Para cada uno de estos tipos de sueño hay siempre un mismo final, el despertar. Por muy bien o muy mal que te vaya, o incluso si vives sin más, todo se acaba.

En cada momento de tu vida hay un punto, una coma, un punto y coma, un punto final, un punto y siguiente párrafo. Hay pausas, grandes, pequeñas, más grandes o no tanto, más pequeñas o diminutas, pero pausas al fin y al cabo. Tienes pequeños respiros que te impulsan hacia delante, o te llevan para atrás. Pausas forzadas, hacia atrás. Pausas meditadas, hacia delante. Sea lo que sea lo que esos respiros te provoquen, hay que convivir con ellos.


Los sueños son puras metáforas. Tú eliges su significado.

viernes, 19 de julio de 2013

Tú mismo eres el motivo.

La gente siempre dice “si pudiera volver a ese momento, cambiaría…” y empieza con una larga lista de acontecimientos que les gustaría que hubiesen sido de esa manera que dicen. “Cambiaría aquel sí por un no”, “cambiaría aquel no por un sí”. Siempre lo contrario a lo que hizo, siempre con un cambio radical de la respuesta en aquel instante.

Lo que la gente no se da cuenta es que esa pasada decisión marca su presente y que la decisión presente marca su futuro. De cada uno de esos caminos tomados hay siempre una pequeña lección. De aquella equivocación, de ese acierto y hasta de la duda se puede sacar una conclusión clara y precisa. Una conclusión que te ayudará en la siguiente bifurcación en tu camino.

Cambiar cada no por un sí y cada sí por un no tampoco es la respuesta. La respuesta es pensar en aquel sí que te hizo mal para cambiarlo por un no que, quizá te haga sentir bien. Con el sí sufriste, con el sí perdiste. Ya has experimentado de primera mano todo lo que aquel sí conllevó. Es el momento del no, es el momento de vivir ese no y lo que traiga con él.

Lección tras lección te darás cuenta de lo que en realidad vale la pena y lo que no, de lo que de verdad te hace sufrir y lo que te hace disfrutar. Sobre todo, cada caída te hace ver que no sirve para nada estar mal, que es mejor buscar aquello que te hace sentir bien, sin dar explicaciones del por qué haces una cosa u otra.

Las caídas no te hunden cada vez más. Las caídas no te hacen perdedor. Las caídas no te empujan a ser alguien triste, alguien con miedo. Las caídas son buenas lecciones. Quizás pasas por alto lo que aprendes de cada una de ellas porque no haces más que cometer una y otra vez el mismo error. De lo que no te das cuenta es que, aunque continúes con tu equivocación, te vas haciendo inmune ante ese acontecimiento adverso y lo que conlleva.

Puedes caer una y mil veces por el mismo motivo, puedes llorar hasta quedarte dormido por cualquier desgracia, puedes estar triste por lo que te pasó, pero nada de eso te puede hundir para siempre. Es muy sencillo, pero complicado a la vez.

Tienes que luchar por tu felicidad, por tu alegría, por cada carcajada, por tu sonrisa, por tu bienestar. Porque tú eres la única persona que va a estar contigo siempre, porque tú eres la única persona que te acompañará en los malos momentos y reirá contigo en los buenos.


Porque tú eres el motivo por el que tienes que luchar.

viernes, 5 de julio de 2013

Luz.

No todo es tan fácil, ¿sabéis?

Fácil es despertarse cada mañana o abrir el grifo y que salga agua. Lo fácil es derrumbarse y no volver a resurgir, caer y no levantarse. Un apoyo te puede ayudar a emerger a la superficie y dejar la oscuridad atrás. Pero ese recuerdo, esa oscuridad, se te queda grabada en la piel. No  dejas de pensar en que quizás puedas volver a ella y que no tengas las fuerza suficientes para volver a ver la luz.

Lo fácil es quedarse tumbado, sin hacer nada por mejorar tu situación. Lo fácil es dejar que el tiempo pase sin poner remedio a la enfermedad. Lo fácil es no luchar.

Nadie te recordará por haber sido un perdedor en tu lucha, un dejado en tus quehaceres o un “nada me importa y no voy a hacer porque me importe”. Es más, reírse de ti es lo que más harán.

Los que de verdad se recuerdan son aquellos que caen una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez y cincuenta mil veces. Los que se caen una y otra vez pero que se levantan, se ponen en pie, caminan para dar la espalda a la oscuridad y salir a la superficie. Los que resurgen de sus cenizas aún cuando no tienen nada que ganar y mucho que perder.

Pero ser una de esas personas no es nada fácil. Hay que experimentar el sabor de la derrota para disfrutar el de la victoria. Hay que estar muy hundido para saber que le damos importancia a cosas banales, a cosas que no tienen tanto valor. Cuántas discusiones por chorradas, cuántos enfados por no saber ponerse de acuerdo, cuánto llanto sin motivo.

Cuando estás en lo más oscuro de toda esa inmensa oscuridad es cuando te das cuenta de que ninguna discusión tiene fundamento, que ponerse de acuerdo no cuesta tanto, que tanto llanto tiene consuelo.

Y es entonces, cuando el resto del mundo te da igual. En ese momento lo único que quieres es tener a los tuyos cerca, que te apoyen, que te mimen, que te cuiden, que te hagan sentir vivo. Son esos pequeños detalles los que te marcan. Pequeños, pero hacen que te sientas como la persona más importante del mundo, el centro del universo. Y empiezas a subir.

Aquí es donde empieza un largo y lento proceso de continuo ascenso. Liberarse de cada escalón no es nada sencillo y cada vez cuesta más, pero también estás más animado para seguir subiendo y subiendo. Cuando menos te lo esperas, ahí estás.

Luz. Es cuando empiezas a sentirte de nuevo como tú eres y dejando atrás todo lo que te hace mal para quedarte únicamente con lo bueno, con lo que en realidad importa. Todo lo que te ha ocurrido se ve de diferente manera, se ve como una lección.

No es nada fácil, pero cuando llegas a la cumbre y ves el paisaje nevado, se te olvida todo lo tortuoso del camino y te centras en disfrutar con lo que tienes, con lo que de verdad quieres.

sábado, 22 de junio de 2013

Primera generación Moebius.

23 de septiembre, una fecha para señalar en el calendario. ¡Cómo olvidar el cambio de venir a vivir a León! Residencia nueva, gente nueva. Todo para empezar de cero. Te paras a pensar y no encuentras la razón, el motivo, por la que esas personas llegan a ser tan importantes en tu vida. Aunque quizás no sea tan difícil encontrarla.

Ha sido un año muy difícil para mí, pero es impresionante la manera que tenéis de alegrarme el día, de tener siempre una sonrisa, un chiste, una chorrada en la recámara que me haga reír. Y creo que eso nos ha pasado a todos. Esa manera de alegrarte el día porque te sale de dentro, sin saber si la otra persona está pasando una mala racha. Dos hechos me han marcado mucho estos últimos nueve meses, pero vosotros habéis sido un motivo para seguir. Lo digo de corazón.

Solo vosotros sabéis el tipo de chorradas que se pasa todo el día diciendo Jairo y nos hacen reír aun sin quererlo. O las imitaciones de Miguel, perfectas por cierto (clavado a Gallego). La sonrisaza del “pececito”, de Adri. La seriedad de Rodri, pero también su buen rollo. Jose, el chico enganchado al LOL. Aitor, siempre con una sonrisa. Alberto, todo el día para arriba y para abajo con el fútbol y su Athletic. Rafa y su manera peculiar de apoyar a la gente. Las bromas de Carlos (épico el esconderte en mi armario). Jorge y sus “sufridos” exámenes. Los impresionantes dibujos de Pablo. Las risas con Héctor, Fernando y Guille. Y, por supuestísimo, el benjamín de todos, Loren.

También sabéis y conocéis a la perfección la risa de Belén. El cachondeo que siempre tiene Clara. La alegría diaria de Paula. La “hija pródiga”, Vicky (rectificar es de sabios). La risa de Marta. Las borracheras de Carmen y su desorden. Y la sonrisaza de la pequeñina pero gran Natalia. También el grupo de los gallegos (Álex, Marta y Sonia, Helena y Paula), Aloia, Raquel, Yaiza, y otras tres personas que no merecen ser nombradas.

No me olvido de vosotras dos, chicas. Desde el principio hasta el final, desde que llegué hasta que me marche. Doy gracias a la vida por darme a estas dos amigas de verdad, por haberos conocido, por estas dos pedazo de personas que valen muchísimo. Doy gracias a la vida por haberos puesto en la mía. Bea y Ane, Ane y Bea, gracias por estar ahí, por aguantarme, por haberme hecho pasar unos días y unas noches, unas semanas y unos meses increíbles a vuestro lado.

Todas estas personas han logrado que comprenda qué es el respeto, la convivencia, el apoyo mutuo sin pensar lo que recibes a cambio. Gracias a todos, chicos, me habéis hecho mejor persona.

¿Sabéis que esto no se acaba aquí, verdad? La amistad que tenemos no lo permitirá, estoy segura. Somos la primera generación Moebius y tenemos que estar orgullosos de serla.

Recordad: siempre os llevaré conmigo.



“Gracias por ser como sois”

lunes, 17 de junio de 2013

Ahora es el momento de seguir.

17 de septiembre. 17 de junio. Nueve meses son los que han pasado, parece mentira. Empezar recostado en una cama y acabar andando. Quién pudiera.

No ha sido un camino de rosas. Detrás hay esfuerzo, sacrificio y, sobre todo, apoyo. La distancia siempre ha sido grande, los días han sido eternos; pero la espera siempre merece la pena, el resultado final, más que satisfactorio. Eso sí, sin olvidar que no es el final, que aún se puede hacer más. Siempre se puede hacer más.

Largas sesiones de fisioterapia, interminables paseos, grandes esperas. En realidad todo se reduce al tiempo. “El tiempo todo lo cura” o “dale tiempo al tiempo” son dos expresiones que describen, que resumen, a la perfección todos estos meses.

No todo ha sido tristeza, sin embargo. Yo, al menos, no cambiaría para nada la recompensa que era el verle de nuevo, esa fuerza que me transmitía, esas ganas de hacerlo bien. Tampoco los pocos días que podía, podíamos, disfrutar todos juntos, pero bien aprovechados.

Nueve meses después aún nos tenemos que acostumbrar a esta nueva forma de vida. No por ser diferente es peor, todo lo contrario. Se ve todo desde una perspectiva en la que jamás nos habríamos llegado a imaginar que nos veríamos. Diferente, no mala. Misma ilusión por seguir; por hacer un día a día normal; por levantarse, desayunar, hacer unas pesas y ejercicios, comer, leer, ver la televisión, pasear, cenar, dormir. ¿Quién dijo cambio drástico? Esa drasticidad se produce cuando no levantas cabeza, cuando dejas de luchar, cuando no te ves con fuerzas y tiras la toalla. Y no es así. Es más, lo que estamos viviendo es totalmente opuesto. Es estar cerca y notar como irradia energía por los cuatro costados y ganas, muchas ganas, que no solo son muy importantes para él. Esa energía es importante para los que estamos con él, es la que nos da fuerzas para levantarnos cada mañana y pensar que lo tenemos con nosotros, andando, hablando, riendo.

También llorando. Porque la vida te da y te quita. Te da ilusión y te la quita de golpe. Te da ganas y te las quita de repente. Te da esperanza y te la arrebata, sin pensárselo.

Desde la distancia se ve de una manera diferente. Por supuesto que un móvil puede acercarte, pero no es lo mismo. Es una lucha continua, contra ti mismo y contra lo que pasa a cientos de kilómetros. Duele, pero te hace fuerte. Nueve meses fuera y miles de acontecimientos que no desearía a nadie.

“Puta vida, deja de ser tan puta”. Totalmente de acuerdo en que las palabras quizás no son especialmente “finas”, pero es la mejor manera de expresarlo. Porque no pueden ocurrir tantas cosas malas en tan poco tiempo, porque no está bien eso de dar una de cal y otra de arena.

“Los Prieto estamos hechos de otra madera. La vida se dedica a excavar hoyos en los que caemos, pero conseguimos salir de ellos”. Esta frase es para ti, mamá. No hace falta decir el por qué ni la causa de ello. La mayoría de entradas estos últimos meses han ido dirigidas hacia mi padre, pero sé, y todos sabemos, que él no estaría aquí si no fuera por ella, por ti mamá. Cada día, cada hora, cada minuto y cada segundo a su lado le han hecho ser fuerte y ahora él es el que tiene que hacer fuerte a ti. Ahora es el momento de darlo todo por todos.


Ahora es el momento de seguir.

jueves, 16 de mayo de 2013

Quizá suerte, quizá casualidad.

Quizá un golpe de suerte, quizá una casualidad, pero tengo que agradecer a ese golpe de suerte, a esa casualidad o a lo que sea, que estés ahí. Ha pasado poco tiempo, podrían decir. Por supuesto que no han pasado ni siquiera seis años (dichoso seis), pero a mí me han parecido incluso el triple. Nunca pensé que se podría llegar a conocer a una persona tan bien y en tan poco tiempo. Tampoco sabía qué era el verdadero color de la amistad, ni el de las llamadas a las tantas de la mañana teniendo que madrugar, ni el del “¿Qué coños hago, mami?” y así podría seguir y seguir.

Se podría decir que en muy poco tiempo he aprendido lo que es saber que alguien perdido por el mundo te ayuda a levantarte cada vez que caes, a secar cada lágrima vertida y cambiarla por una sonrisa, aunque también a pasarlo tan bien que echas de menos cada segundo invertido en nuestras queridas fiestas. ¡Madre mía qué noches! Para recordar. El llegar a las tantas de la mañana a casa y levantarse peor que cuando te acostaste. (Queda pendiente el torear, aviso).

Te daría tantas veces las gracias que desgastaría esa preciosa palabra. Podría estar días y días y días y días y meses y meses y meses y me mebueno ya, a ver si te queda claro con ese tiempo. Que eso, que no me canso de darte las GRACIAS. Por estar siempre, por animarme.

Por perder tu tiempo para (intentar, al menos) hacerme ver las cosas desde otro punto de vista cuando estoy encabezonada que son de otro. Para seguir adelante aún cuando sentía que no podía continuar. Por decirme las cosas claras cuando nadie me contaba nada. Por aguantar todas y cada una de mis tonterías. Por sacarme una sonrisa cuando estoy triste; por hablar con mi contestador teniendo el teléfono descolgado, que oye, es un gran mérito. Por hacerme reír cuando es lo último que me apetece hacer (sé que se repite, pero me da igual).

También sabes que estoy para lo que quieras, cuando quieras. Lo de a la hora que sea creo que ya quedó claro. Siempre intento que veas el lado positivo de todo lo que haces, quizás el lado realista, quizás el lado divertido. Solo quiero que le sonrías a la vida. Tengo la certeza de que ella, la vida, te acaba sonriendo. O si no, que mire y vea que sigues sonriendo a pesar de todos los malos ratos que te hace pasar, que es lo que más duele.

Dicen por ahí que lo último que se pierde es la esperanza. Pues yo creo que lo último que se pierde es la alegría, las ganas de reír. Y, si eso lo llegases a perder, no preocuparse que ya está la pompona para hacerlo volver. Si algo sé de ti mami, es que no pierdes la sonrisa ni cuando peor lo estás pasando y eso es porque alguno motivo para reír tienes.

Este último año ha sido, digamos, un tanto extraño. Demasiados cambios, demasiados malos momentos, demasiadas ganas de tirar todo a la basura. Demasiadas malas cosas. Pero ha sido este año cuando más que nunca te he necesitado y ahí has estado, siendo mi apoyo en cada momento, en cada caída. ¿Te acuerdas del pozo? Pues yo no y creo que tú tuviste la culpa de que lo haya dejado atrás. Hay que aprender a vivir con todas las adversidades que se nos pongan por delante. Sé que es complicado (y créeme que lo sé), pero tengo muy claro que, por muy malos que sean los recuerdos, por mucho que nos martiricen, tenemos algo dentro que nos hace continuar. Algo que nos hace preguntarnos por qué no seguir caminando, por qué no continuar lo que hemos estado haciendo hasta ahora.

¿Qué nos impide seguir? Únicamente tú misma eres la que te imposibilitas. Tu verdadero motivo para continuar y tu verdadero motivo para parar eres tú. Que continúes o que no lo hagas se decide por tus ganas, por tu fuerza interior, por tu actitud, y sé que te sobran. Sabes que te sobran.

Pensar es bueno, eso es innegable, pero hay que saber decir basta. Menos mirar para lo hecho y más mirar para lo que está por hacer. Lo vivido ya no se puede cambiar, pero lo que vivirás está a tu elección y hay que intentar elegir la mejor manera de continuar. Una vez me dijiste que te diera un manual, un manual de la vida, que no entendías nada. ¿Recuerdas lo que te respondí? Que cada uno se elabora el suyo propio. Cada persona intenta hacer de su vida algo llevadero y va escribiendo su propio manual de acuerdo con lo vivido, con sus errores y sus aciertos. Por eso no pude, ni puedo, ni podré dártelo, porque serás tú la que lo escriba de acuerdo con todo lo que te ha pasado y de lo que has aprendido.

Ya sabes que esto de enrollarme se me da de vicio, es genético, qué le voy a hacer. Pero, ¿sabes qué? No todo el mundo puede decir “Always here, always there!”. No todo el mundo puede decir que hay un personajillo por ahí que le da igual lo lejos que yo esté que me sigue diciendo que soy una pesada, una risas y todo lo que te puedas imaginar. Pero también te digo que esta pesada, risas y todo lo que te puedas imaginar te echa de menos y no se cansa de escribir cosas para verte feliz. Sí, feliz, porque ya va siendo hora de dejar de decir esa dichosa palabra. ¡Feliz es aquel que no se preocupa en ser feliz! Que la felicidad llega sola, cuando menos lo esperas.

Gracias, pompona. ¡Ah! Y zorionak.

Bendito golpe de suerte, bendita casualidad.

martes, 23 de abril de 2013

Jordi.

"Quisiera estar así, como ahora, el resto de mi vida. Con toda esta gente que me quiere, me aprecia y me hace reír. Con estos que me regalan cada día un pequeño tiempo de su vida, con estos que me hacen ser como soy. Ellos son una parte demasiado grande de mí. Como cada vez que les hago una broma, que lo único que siento es ese buen rollo que siempre se respira, esa confianza enorme que tengo con ellos, con mis amigos.

Cada noche de fiesta es única e irrepetible rodeado por todos estas personas, mis personas. Cada vez que se abre una nueva botella, se abre paso una gran alegría por mi cuerpo, por saber que siempre podré contar con mis amigos.

Porque no todo el mundo puede presumir de tenerlos en cada caída, secando cada lágrima que vierto o, simplemente, llamándome cada día para ver cómo estoy. Soy feliz por estar rodeado de mis amigos".

Jordi se siente así, feliz, porque hoy es su día y sabe que ni nada ni nadie podrá quitarle a esas pequeñas grandes personas. Para qué preocuparse por cosas banales pudiendo pasar de ellas, pudiendo divertirse como nunca, como siempre. Para qué obsesionarse con problemas de fácil solución. Para qué angustiarse cuando los tiene cerca. Son suyos, son sus amigos.

Jordi es feliz en su día a día, y hoy más que nunca.

lunes, 22 de abril de 2013

Punto de inflexión.

Cada día suena el despertador, te levantas, te vistes y te arreglas. Desayuno rápido y estás fuera de casa en apenas un cuarto de hora. Vuelves para comer y marchas de nuevo. A tu regreso para cenar estás cansada, con ganas de tumbarte en el sofá, a mesa puesta y sin tener que cocinar. Pero no es así. ¿Alguien tendrá que hacer la cena, no? Y así día tras día.

Las rutinas son buenas, o eso dicen. Pero cuando se convierten en algo demasiado monótono, ya pueden decir lo que quieran que es lo peor que hay en el mundo. Es entonces cuando empiezas a pensar, es entonces cuando surge la pregunta del millón: "¿Qué hago con mi vida?".

Para empezar, la vives. Con mayor o menor suerte, con mayor o menor intensidad, pero siempre a tu manera. Con tus manías, tus retos, tu afán de superación; pero también con alguna que otra caída, con decepciones, con pérdidas. Tú decides que es lo que más peso quieres que tenga, si las buenas vivencias o las malas, las caídas o los ascensos, las sonrisas o las lágrimas.

A lo mejor lo único que tienes que hacer para responder a esa pregunta es mirar a tu alrededor, a las personas cercanas, a todo lo que tienes. Los demás necesitan de ti igual que tú necesitas de ellos. Pueden ser el motivo de tu caída o una motivación en tu ascenso. Tu fuente de alegrías o tu causa de tristezas, la fuente de tu confianza o de tu decepción.

Cuando esas personas se ganan tu confianza es cuando más tienes que luchar por ellas. Si no luchas por ellas, si no las apoyas, si no le das tu mano o tu hombro, ¿para qué le das tu confianza? Puede que sean en un futuro las que te hagan pensar en qué haces con tu vida, las que te ayuden en ese pequeño punto de inflexión.

Y es entonces, cuando esa pequeña pausa, de alguna manera, te hace estar en lo más alto.

viernes, 12 de abril de 2013

¡Feliz cumpleaños papi!

Hoy hace 54 años, más o menos, porque la hora exacta no la sé, nació un niño en Barruecopardo. Le pusieron por nombre Salvador como su abuelo, que vivía con su familia en la casa del pequeño gran pueblo.

El bebé fue creciendo y creciendo, rodeado de un montón de personas, que le querían y le cuidaban lo mejor que podían, y de algunos animales que tenía en posesión su familia. A medida que se iba haciendo mayor, iba adquiriendo más destreza para cuidar de las vacas y ovejas que llevaba de un sitio para otro, a la vez que asistía a la escuela del pueblo. Incluso se levantaba muy temprano para cambiar el ganado de lugar antes de ir a la escuela.

Un día en la escuela, pasaron revisión médica a todos los niños y niñas que asistían a ella. Esta revisión tenía una prueba de visión, que constaba de dos partes: leer a una distancia determinada letras que se iban haciendo cada vez más pequeñas y leer un folio que el propio alumno sujetaba, en una lectura normal, como si de un dictado se tratase. Cuando le llegó el turno a él, el médico que supervisaba la revisión se dio cuenta de que nuestro niño necesitaba gafas, porque no veía muy bien de cerca. Desde ese momento, las lleva siempre consigo.

El niño creció hasta convertirse en un adolescente con su panda de amigos. Por esa época es cuando comenzaron a formarse las "peñas" en Barrueco y la pandilla a la que pertenecía Salvi no iba a ser de menos. ¡Cuántas veces me habrá dicho el motivo por el que se pusieron los nombres de cada uno en las camisetas! Es lo que tiene venir al pueblo solamente durante las fiestas mayores, que no te acuerdas del nombre de la gente.

Pero no siempre asistió a la escuela del pueblo. Se fue hasta Córdoba a estudiar durante un año, en el que sólo pudo ver a su familia durante las vacaciones de Navidad y Semana Santa. Aún recuerdo cómo mi abuela me contó una vez lo mal que lo pasaron ella y su hijo, Salvi, durante ese año. Aunque a primera vista parezca que fue una mala experiencia, en realidad ocurrió lo contrario: le abrió las puertas al mundo real, en el que él mismo se tuvo que buscar la vida sin ayuda de nadie. No fue solo a Córdoba, sin embargo, sino que le acompañaron un hermano mayor y otro chaval del pueblo. Aún así, Salvi era demasiado pequeño para estar prácticamente un año entero fuera del hogar.

Más tarde, acudió al instituto que se encontraba en un pueblo mayor que Barrueco, Vitigudino. Vivía allí durante la semana y volvía a su apreciado pueblo cuando no tenía clase.

Así se educó, estudiando día a día, dejándose la piel para que sus padres se sintieran orgullosos de él, sin llevarse una sola reprimenda por mal comportamiento en clase o una nota desagradable.

Terminado COU, decidió hacerse maestro y estudiar magisterio de matemáticas y ciencias naturales, siempre con una beca de la que se sentía, se siente y se sentirá orgulloso de haber mantenido a lo largo de toda su etapa en la universidad. Entre sus dos carreras (también hizo pedagogía) y diversos cursos, fue, como todos los jóvenes de su época, a la mili. Le tocó irse a Madrid, donde ya vivían algunos de sus hermanos, lo que le hizo más llevadera la estancia allí. Mientras estudiaba la segunda carrera, realizaba las prácticas de la primera que cursó.

Por esa época ya conocía a alguien especial, tanto para él como para mí. Por ese tiempo ya conocía a mi madre. Ella le ayudaba con los apuntes para que pudiese completar esa segunda carrera, que también ella cursó. Al acabarla, cada uno marchó a un lugar diferente, muy lejos el uno del otro, pero él iba a visitarla cuando podía.

Salva, porque en los colegios le llamaban y le llaman así, pasó unos años dando clases por la sierra de Francia (La Alberca, El Maíllo, Sotoserrano), Lumbrales, Vilvestre y Villarino de los Aires. Finalmente, le dieron como definitivo en Barruecopardo.

Mucho antes de que empezase a dar clase en su pueblo, allá por el año 92, se casó y, dos años más tarde, nació su primera hija. ¡No le dio uso a su réflex, qué va! La de álbumes y álbumes que habrá llenado con mis fotos y las de mis hermanos (a partir del 97 y del 2000 para ellos).

Aún tengo un vago recuerdo de andar entre losas levantadas en el patio de lo que ahora es nuestra casa, a la que nos mudamos cuando la enana Eva tenía dos añitos. ¡Cuánto esfuerzo, cuánto sacrificio puso mi padre para que llegase a estar como está hoy! Puedo verle colocando las baldosas en la parte de arriba de la cocina de fuera (como la llamamos nosotros), restaurando con esmero las herramientas de arar de su padre o, incluso, arreglando alguna tubería de nuestro baño, eso sin contar su última obra, inacabada.

No le quedaba nada para acabar...

Las fiesta de Barrueco de 2012 se habían acabado. Unas fiestas especiales, porque no todos los días tienes a una hija como dama y menos cuando estás tan preocupado de que todo salga bien, cuando estás henchido de orgullo al verla ahí subida, en ese escenario.Apenas un día después, sufrió un golpe de mala, malísima, suerte. La vida, más o menos, le había sonreído dentro de lo que es este desafío que todos vivimos. Un despiste, un pequeño segundo, y al suelo. Literalmente.

Apasionado ciclista. El dinero que se habrá gastado en comprarse unas buenas bicicletas de carretera. Tres van, a cada cual mejor, y no se comprará ninguna más, por desgracia.

Dichoso casco, valioso casco, providencial casco. Prudente hasta la médula, y nunca mejor dicho. ¡Qué bueno es, a veces, dejar las cosas a medias, incompletas! Lesión incompleta, bendita seas. Porque viendo en lo que podía haber quedado... Aunque no, no pasó y punto.

Se cayó y no se pudo levantar. En ese momento, no. Pero dile ahora que deje de andar que te manda a paseo. Sí sí, ¡que se pasa el día caminando! Parece que nunca se cansa.

Su fuerza de voluntad, sus ganas de recuperar todo lo que sea posible, su querer no defraudar a los demás. Sus ganas de que su familia esté orgulloso de él. Siempre ha sido así. Por eso, porque no sólo es que esté orgullosa de él, sino que nunca podría tener a alguien como él, quiero desearle un muy feliz cumpleaños.

Cada paso que des, es también un paso mío.
Cada vez que te acuerdes de mí, me habré acordado yo cien mil de ti.
Que cada vez que sonrías, me hagas sonreír a mí.
Que cada vez que luches, luches por mí al igual que yo lo hago por ti.

Porque eres el mejor padre del mundo y no va a haber caída, muletas o médula que eso lo impida. No sabes cuánto daría por estar a tu lado, donde sea que estés. Me da igual que sea Barrueco, Toledo, Salamanca o la Conchinchina.

El primer cumpleaños tuyo que me pierdo desde que nací. Que los kilómetros se hagan centímetros y que sean 400 centímetros los que me separen de ti en vez de 400 kilómetros.

TE QUIERO MUCHO PAPI. ¡FELIZ CUMPLEAÑOS!


domingo, 3 de marzo de 2013

Nieve blanca.


Imagínate un folio, los pétalos de una margarita o las líneas continuas de una carretera. Se podría decir que no tienen nada en común, que son cosas diferentes, un objeto, una parte de una planta y una señalización en la carretera.

¿Qué tiene un folio? Nada. Blanco, esperando a que sea ensuciado, manchado, garabateado o, por qué no, arrugado sin haber escrito nada en él. Destrozado con rabia, canalizando todo lo que sientes por dentro, expulsándolo hacia el exterior.

Con una forma, diremos, peculiar, pero reconocible en cualquier lugar y por cualquier persona. ¿Quién no reconoce una margarita? Sus pétalos son los que la hacen tan conocida. ¿Color? Exacto. Blanco, color blanco. Pétalos blancos, pequeños, frágiles.

¿Y qué se puede decir de una línea? ¿Y si esta línea estuviera pintada en una carretera? Podría apostarme todo el oro del mundo a que lo primero que se viene a la cabeza cuando piensas en una línea de una carretera es una línea de color blanco, bien continua, bien discontinua. Pero blanca, recta, sin una pequeña vacilación, y siempre hacia delante.

Tres ínfimas piezas que forman parte del mundo con una sola similitud, con una sola cosa en común: el color. Porque la diferencia está en los pequeños detalles, en lo que no todo el mundo se fija. En el color blanco que, a veces, se presenta sin tener ningún motivo para aparecer, pero que explota con fuerza delante de nuestra frente e invade cada uno de nuestros pensamientos.

Y, de repente, es en lo único que piensas. Nieve blanca, pared blanca, sábana blanca. Todo en blanco.

martes, 19 de febrero de 2013

Tu felicidad, tu vida, tus decisiones.


¿Cuándo sabes que es mejor cerrar el cajón, tirar la llave lejos, donde nunca la puedas volver a coger, esconderlo y no volverlo a abrir? ¿Y si realmente lo que pasa es que, por mucho que tires la llave, por mucho que escondas el cajón, siempre acabas por volver a coger la llave y abrir el cajón?

¿Y si un día decides abrirlo y no volverlo a cerrar? Todo vuelve a salir, como una explosión, pero mucho más fuerte que antes, sin control, sin medir las fuerzas que te quedan para mantenerlo abierto.

Quizá lo único por lo que deberías preocuparte sería tu felicidad. Si vuelves a abrir el cajón, ¿te sentirás más feliz de lo que te sentías antes? ¿O, por el contrario, solo será una fuente más de sufrimiento?

Recordar todo lo que pasó, ese pequeño momento, esa pequeña decisión que cambió todo. La decisión de cerrar el cajón y de que nunca más volviera a afectarte lo que guardaste dentro.

No podemos controlar nuestras emociones, por eso el cajón se vuelve a abrir sin que nos demos cuenta. Lo único que de verdad podemos mantener a raya es nuestra fuerza para cerrarlo o para mantenerlo abierto y luchar contra viento y marea para que no se vuelva a cerrar. Pero, o lo vuelves a cerrar de inmediato o lo abres y peleas. Dos opciones, dos maneras de seguir.

La única respuesta a todas las preguntas es que, por mucho que nos cueste, por mucho que tengamos que sufrir, por mucho que nos enfrentemos a quien quiera ponerse en nuestro camino, en nuestra vida, tenemos que pensar en nosotros mismos, en nuestra felicidad por encima de todo. Por encima de lo que piensen los demás, por encima de todas las reprimendas que podamos sufrir, porque la felicidad de cada uno reside en uno mismo, no en la opinión que puedan tener de nosotros.

Por supuesto que es importante que nos consideren buenas personas y todo eso, pero lo único que de verdad importa es saber que, a pesar de todo lo que hagamos, hemos hecho lo mejor para nosotros mismos, por muy egoísta que parezca.

Sé tú mismo, sin importar lo que digan los demás. Porque es tu felicidad, tu vida, tus decisiones.

jueves, 14 de febrero de 2013

Sé que estaré. Sé que estarás.


Si pudiera volver atrás en el tiempo, si tuviera la oportunidad de retroceder en el calendario, no elegiría corregir mis errores, ni una noche de fiesta como aquélla, ni preocuparme de no pisar las líneas al caminar. De los errores he aprendido, esa noche de fiesta no se volverá a repetir y las líneas se pueden borrar. Elegiría volver a un mes determinado, septiembre, a un día, 17, a una hora exacta, 16:45.

Le diría que dejase de mirar al suelo. Le diría que para avanzar hay que mirar hacia delante, nunca bajar la cabeza, nunca desanimarse, nunca dejar de luchar. Le diría mil y una veces dos palabras que no le digo muy a menudo. Le diría que, si él para, yo paro; si él avanza, yo avanzo; si él camina, yo camino.

Tal vez le diría que es más importante aquí, en mi vida, acompañándome en cada momento, de lo que le hago creer, a pesar de todo lo que le he hecho pasar, a pesar de todo el daño que le hice.

Le diría que no volvería a ser el mismo, que echaría de menos el ser como era antes. Que nada sería igual.

Le diría que nunca es tarde para un nuevo comienzo, que la esperanza es lo último que se pierde y que, cerca o lejos, puede contar conmigo. Que jamás me iré. Que jamás se irá.

Los recuerdos son duros, bonitos, frágiles, pero, mientras ninguno los olvide, permanecerán. Quedarán. Te prometo que guardaré cada uno de ellos como un tesoro. Te lo prometo.

Sé que todo ha cambiado, que todo cambió en ese pequeño segundo. Pero tengo la certeza de que es una vuelta al inicio, una vuelta a nacer.

Sé que estaré. Sé que estarás.

Te quiero mucho papá.

"I have loved you for a thousand years,
I'll love you for a thousand more"